Lorin Maazel falleció este domingo a los 84 años como consecuencia de una neumonía en Virginia (Estados Unidos). Director de orquesta, compositor y violinista dirigió las mejores formaciones musicales del mundo. Su prolífica carrera le llevó a dirigir más de 150 orquestas, dar 5.000 conciertos y grabar aproximadamente 300 trabajos de los mejores músicos de la historia. Aunque su repertorio musical es muy amplio, se le considera un especialista en Mozart, Beethoven, Mahler, Sibelius y Richard Strauss.
El prestigioso músico fue un niño prodigio cuya meteórica carrera le llevó a ser considerado en 1960 el director de orquesta más joven de Europa. Con solo nueve años dirigió la Orquesta de Interlochen en la Feria Mundial de Nueva York y la Filarmónica de Los Ángeles, donde compartió un programa con el famoso director de orquesta polaco Leopold Stokowski. Posteriormente se puso al frente de la orquesta del músico italiano Toscanini, la Filarmónica de Nueva York y la Orquesta de Filadelfia.
A los 16 ingresó en la Universidad de Pittsburg para estudiar Filosofía, Matemáticas e idiomas, al tiempo que actuaba como violinista en la Orquesta Sinfónica de la ciudad estadounidense.
En 1951 obtuvo una beca para estudiar música barroca en Italia, donde contactó con diversas agrupaciones europeas. Dos años más tarde dirigió en la ciudad siciliana de Catania su primer concierto en Europa.
Su muerte es un golpe duro para la dirección de orquesta. En los últimos años se había instalado en Múnich después de su etapa al frente de la Orquesta de la Comunidad Valenciana. En la ciudad del Turia puso en funcionamiento una orquesta que rozaba lo milagroso. Por calidad, por juventud, por entrega. Maazel era un director fuera de serie. Con irregularidades, desde luego, pero cuando estaba inspirado era difícil, por no decir imposible, de igualar. En Madrid se pudo comprobar el pasado mes de febrero con la Filarmónica de Múnich dentro de los ciclos de Ibermúsica. Sus versiones de la Segunda Sinfonía, de Sibelius, o de la Sinfonía Alpina, de Richard Strauss, fueron sencillamente insuperables. A mi modo de ver, los dos mejores conciertos sinfónicos del año en la capital.
De su época del Palau de les Arts Reina Sofía en Valencia han sido muchos los momentos inolvidables. Recuerdo en particular un Parsifal, de Wagner, que comenzó contenido en el primer acto, tocó la perfección en el segundo y se deslizó a las esferas de genialidad en el tercero. Pero podíamos citar muchos más ejemplos. Muy joven dirigió en Bayreuth y durante 11 años estuvo al frente de los populares Conciertos de Año Nuevo en Viena. Su técnica era prodigiosa, con un movimiento de manos impecable y con un dominio del diálogo entre secciones sonoras que pocas veces defraudaba. ¿El Messi de la dirección de orquesta? Probablemente.
Pero como Messi también tenía sus días de ensimismamiento. De hecho, en Madrid fue abucheado en una ocasión nada menos que al frente de la Filarmónica de Viena por una interpretación llena de fallos del Bolero de Ravel. La noticia dio la vuelta al mundo musical. Parece ser que los músicos vieneses, que venían de Canarias, habían jugado al fútbol en la playa y bebido cerveza en exceso. No estuvieron inspirados. Desde entonces, Maazel cuidaba mucho todas sus comparecencias en Madrid. Y nunca más defraudó. También fue silbado, que yo recuerde, en el Teatro del Châtelet de París por un Fidelio, de Beethoven. El resto de las ocasiones en que le he visto ha cosechado grandes éxitos.
La memoria funciona a ráfagas en esta crónica de urgencia. En el Teatro de la Zarzuela hizo una memorable versión de El martirio de San Sebastián, de Debussy, con dirección escénica de La Fura dels Baus y la orquesta del teatro que ese día vivió, obvio es decirlo, su noche más hermosa. En el Festival de Salzburgo, durante la década que dirigía Gerard Mortier, se mostró especialmente inspirado en títulos como Der Rosenkavalier, Don Carlo o Don Giovanni, deshaciéndose en elogios sobre los cantantes españoles Carlos Álvarez en la ópera de Verdi y María Bayo en la de Mozart.
Su conversación era siempre rigurosa. Matizaba sus ideas musicales y siempre sacaba a la luz algún rasgo de ironía más que de humor. Tenía fama de ser uno de los directores más caros y de que no hacía concesiones en este tema. En cualquier caso, su presencia era siempre esperada en óperas y conciertos. Violinista en sus años de formación, ha dejado para la posteridad un importante número de grabaciones discográficas, pero donde daba lo mejor de sí mismo era en los conciertos en vivo.
Helga Schmidt, intendente del Palau de les Arts, sabía muy bien lo que hacía cuando le contrató para Valencia. Además de sus condiciones fabulosas para la dirección era un maestro que se integraba muy bien en funciones de organización. Los pequeños festivales, que últimamente dirigía, eran modélicos y sus apariciones casi por sorpresa en lugares como recientemente en A Coruña serán difíciles de olvidar.
Para la historia quedarán su apabullante técnica, su carisma y su flexibilidad. En España, ha dejado para el recuerdo conciertos inolvidables. En particular, en Valencia, seleccionó y consolidó una orquesta de primera línea mundial. El admirado director de orquesta Alberto Zedda, que trabajó con él allí, dijo en cierta ocasión: “He conocido directores buenos y muy buenos. Pero que puedan alcanzar la genialidad en un día inspirado a nadie como a Lorin Maazel”. Pues eso. Descanse en paz. Siempre le recordaremos, maestro.
Noticia extraída de cultura.elpais.com